introspección

Si no nos vemos a nosotros mismos, no vemos nada, aunque lo veamos todo, pues no vemos desde lo que somos. Es imposible ver desde lo que somos si no nos hemos visto a nosotros mismos. Mientras no nos veamos a nosotros, lo que veamos no será a nuestro favor, incluso si es algo que podríamos catalogar como bueno o favorable. El no habernos visto a nosotros mismos nos lleva a convertir lo que vemos en algo en nuestra contra.

Vemos de la manera en que somos, pero si no nos hemos visto a nosotros mismos, es imposible que sepamos lo que somos y que nuestra visión surja de lo que somos. Al no habernos visto a nosotros, nuestra visión surge de nuestros miedos, de nuestro ego, de nuestras heridas, de nuestras circunstancias, pero no de nuestra verdad. Y si no vemos desde lo que somos, lo que veamos podría hacernos daño.

La introspección es verse a uno mismo y tratar de comprender eso que vemos. Así como podemos ver a otros y analizar sus comportamientos, sus emociones, sus acciones, también podemos hacerlo con nosotros, y más que una posibilidad, es una necesidad. Cuando alguien hace o nos dice algo, tratamos de analizar por qué lo dijo, cuál es su significado, qué es lo que busca, de dónde proviene y a dónde nos va a llevar eso. En gran parte analizamos a los demás, aunque muchas veces de forma errónea o no tan sana.

Vernos y analizarnos a nosotros mismos nos lleva a ver la vida desde lo que somos. Ver cada una de nuestras acciones, de nuestras palabras, de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, y reflexionar sobre ellos, tratar de descifrar por qué actuamos como actuamos, por qué pensamos lo que pensamos, por qué sentimos lo que sentimos; intentar comprender de dónde provienen nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos; tratar de identificar hacia dónde nos llevará lo que estamos haciendo, lo que somos, lo que pensamos; desarmarnos por dentro y ver de qué estamos hechos; todo esto es algo que debemos hacer y que nos ayuda a profundizar en nosotros mismos, a ser más conscientes de nosotros, a ser más nosotros mismos, a estar más presentes en nuestra vida.

Cuando no llevamos a cabo una introspección, vivimos en automático, no somos conscientes de lo que somos y hacemos, y eso puede llevarnos a vivir en nuestra contra, a hacer cosas que nos hacen daño, a ser lo que nos hace daño. Cuando no hacemos una introspección, nos convertimos en víctimas de la vida, de los demás y de nosotros mismos. La introspección nos vuelve responsables de nosotros mismos.

La introspección no es juzgarse. Muchos vivimos obsesionados con nuestros defectos, con nuestros errores y eso se convierte en inseguridad, en odio hacia uno mismo, en miedo, pero eso no es introspección, eso surge justamente de una ausencia de introspección, surge de nuestro miedo, surge de no conocernos y de no ser nosotros mismos. Cuando no nos conocemos, nos dedicamos a juzgarnos, no hacemos más que hacer una lista de todo lo que odiamos de nosotros, para así odiarnos más. Pero la introspección no es juzgarse en un sentido negativo. La introspección es analizarse a uno mismo y construirse a partir de ese análisis, no destruirse.

La introspección está ligada al conocimiento de nosotros mismos. Cuanto más nos conocemos, más introspectivos somos y esa misma introspección nos permite conocernos mejor y actuar a nuestro favor. Cuanto más nos veamos a nosotros mismos, mejor podemos ver afuera de nosotros, pues dejamos de ver desde nuestros miedos y vemos desde lo que somos. Para ver con mayor claridad es necesario ver hacia dentro.  

rendirse

Llega un punto en nuestra vida en el que, por muy optimistas, fuertes y valientes que seamos, ya no se trata de luchar, de insistir, de continuar, sino que se trata de rendirse, de dejarlo todo, sin importar cúanto hayamos caminado, pues continuar puede implicar alejarnos de nosotros mismos y alejarnos de nosotros es alejarnos de todo lo que es para nosotros. Rendirse es una opción y a veces una necesidad que, por miedo o por necedad, solemos no hacerlo.

Comúnmente creemos que rendirse es para débiles, para personas que no luchan, que no son valientes, que no aman lo suficiente, pero esa no es la realidad. La realidad es que en rendirse hay sabiduría, hay fuerza, hay valentía, y a veces se necesita más valentía para rendirse que para continuar. Hay personas que continúan en algo, no porque sean valientes, sino por miedo, tienen miedo a separarse de las cosas en las que han permanecido por mucho tiempo y no se imaginan una vida sin esas cosas, aunque nunca hayan obtenido nada de esas cosas o hayan obtenido algo en un tiempo y ahora ya no.

Hay muchas cosas en las cuales insistimos y que tal vez en algún momento fueron buenas para nosotros y no nos hacían daño, pero puede ser que ahora ya no lo sean y no nos permitan ser nosotros mismos o nos produzcan cierta infelicidad, y no porque esas cosas se hayan convertido en malas, sino porque cambiamos, no somos las mismas personas y eso puede significar ya no coincidir  con algunas cosas, entonces, es momento de dejarlas.

Saber reconocer cuando las cosas ya han caducado en nosotros, cuando las cosas ya no están a nuestro favor, sino que están en nuestra contra y nos hacen daño, es muy importante, pues nos ayuda movernos y a permanecer en nosotros y proteger lo que somos. Muchas veces sabemos que las cosas en las cuales insistimos ya no nos hacen bien, pero no las abandonamos, y eso nos muestra que estamos aferrados a esas cosas, que más que amar esas cosas, estamos atados.

Cuando continuar nos impide ser, es momento de abandonar. Cuando luchar es pelear contra nosotros, es momento de rendirnos. Cuando las cosas en las cuales insistimos y que en algún tiempo nos regalaban alegría, paz, amor, pero que ahora nos regalan lo contrario, como tristeza, cansancio, intranquilidad, es momento de dejarlas. Cuando las cosas en las que permanecemos nos alejan de nosotros, es momento de deshacernos de ellas. Cuando continuar es irnos de nosotros mismos, rendirnos es volver a nosotros.

No necesariamente tienen que ser cosas malas o cosas que nos produzcan heridas evidentes para irnos de ellas, hay cosas buenas que también debemos dejar, porque muchas veces la forma en que nos estamos relacionando con esas cosas ya no es la mejor y eso puede afectar la relación que tenemos con nosotros mismos. 

Rendirse no es fracasar cuando continuar es dejar de ser, rendirse es vencer. No siempre nos rendimos porque seamos débiles, porque no hayamos amado lo suficiente, porque no seamos valientes o fuertes, muchas veces es justamente por esas mismas razones que nos rendimos. Nos rendimos porque somos sabios, porque somos fuertes, porque amamos, porque somos valientes. Nos rendimos para salvarnos. No rendirnos, sabiendo que debemos hacerlo, es la única debilidad.

Hay cosas que debemos terminar, para que ellas no terminen con nosotros. 

después de perdonar

Cuando perdonamos, siempre hay un después y ese después puede salvarnos o destruinos, todo depende de la manera en que lo enfrentemos. También cuando perdonamos, tenemos que tomar ciertas decisiones, como irnos, como cambiar nuestra forma de relacionarnos o nuestro comportamiento. El perdón no solo se trata del perdón, implica otras cosas, cosas que nos ayudan a mantener nuestra capacidad de perdonar, de amar y de amarnos. Hay cosas que debemos hacer para protegernos después de perdonar.

Lo que hacemos después de perdonar es tan importante como perdonar, pues en eso que hacemos podemos permitir que nos sigan haciendo daño o podemos evitarlo, podemos tener una mejor relación o podemos destruirla, podemos salvarnos o perdernos. Algunas veces debemos cambiar nuestra manera de comportarnos, otras debemos irnos y en otras debemos poner ciertos límites. Lo que hagamos después de perdonar va a depender de lo que somos, de la forma en que veamos las circunstancias, de identificar cómo nos afectan las cosas.

En ocasiones perdonamos a algunas personas y esas personas vuelven a hacer lo mismo en nuestra contra, lo cual se convierte en un abuso. Esto sucede porque nuestro perdón no hace que la otra persona cambie y algunas personas toman nuestro perdón como un permiso para volver a fallar, entonces, en estas circunstancias, hay ciertas cosas debemos hacer después de perdonar, una de ellas puede ser irnos, para así evitar que sigan abusando de nosotros y de esa manera protegernos. 

Cuanto más amenacen las circunstancias lo que somos y nuestro amor propio, las decisiones que debemos tomar después de perdonar tienen que ser más significativas, para así poder salvarnos. Hay ocasiones en que las circunstancias no amenazan lo que somos, aunque sí nos duelen, por lo que tal vez, lo que debemos hacer, después de perdonar, no sea tan significativo. Lo importante, a la hora de tomar decisiones después de perdonar, no es ver a la otra persona, sino vernos a nosotros mismos; saber lo que estamos siendo, la manera en que nos han afectado las cosas y si amenazan lo que somos, lo que seremos y la forma en que nos relacionaremos, pues eso nos dirá qué debemos hacer.

Tomar ciertas decisiones, que pueden cambiar nuestras relaciones o hasta terminarlas, después de perdonar, no significa que no perdonamos o que no amamos lo suficiente a quien perdonamos, significa que nos amamos y por esa misma razón tomamos esas decisiones, para protegernos, para salvarnos; pues no hacer nada o permanecer de la misma forma y en el mismo lugar, nos puede llevar a someternos a algo que nos destruye, puede acabar con nosotros. Hay cosas que debemos terminar, para que esas cosas no terminen con nosotros. 

Lo que somos, la forma en que nos vemos y nos amamos va a decidir lo que haremos después de perdonar. El conocimiento sobre nosotros mismos nos permite tomar decisiones que nos salvan, pues sabemos cuando algo amenaza lo que somos y puede destruirnos, entonces podemos tomar la decisión de irnos, de cambiar la forma de estar, de poner ciertos límites o distancias.

Si no nos amamos a nosotros mismos, lo más probable es que perdonemos de una forma superficial, que bien podría ser no perdonar, y eso evitará que hagamos algo para protegernos después de perdonar. Cuando no nos amamos, solemos someternos y permitir que las otras personas nos sigan haciendo daño. No somos conscientes de que lo que hacen está amenazando lo que somos y puede afectar toda nuestra vida, aunque experimentamos sufrimiento, pero no hacemos nada para salvarnos.

Debemos perdonar, pero en el perdón no termina todo. Perdonar no significa permitir y muchas veces tenemos que irnos para dejar de permitir algunas cosas. Hay decisiones que debemos tomar al perdonar, y no es que las cosas que las personas nos hagan nos conviertan en algo distinto, sino que nuestra prioridad es proteger lo que somos y eso puede requerir que cambiemos nuestra forma de ser.

Si ya no podemos ser en donde perdonamos, debemos irnos. Si ya no podemos amarnos en donde perdonamos, debemos irnos. si ya no podemos amar a quien perdonamos, debemos irnos. Pero si podemos ser, amarnos y amar después de perdonar, tal vez no necesitamos irnos, sino cambiar nuestra forma de quedarnos.

miedo al rechazo

Podemos dedicar toda nuestra vida a hacer lo que los demás quieren, a complacerlos, a vivir para ellos, y aun así, siempre llagará un punto en el que podemos ser rechazados por estas mismas personas, por lo que vivir para ellas y despreciar nuestra vida es inútil, no quita el hecho de que podamos ser rechazados, y muchas veces somos rechazados justamente por eso, por vivir para ellos, por hacer todo lo que ellos quieren. Nada de lo que hagamos para ser aceptados evitará que nos rechacen. 

Nuestro miedo al rechazo surge de un rechazo hacia nosotros mismos, y no del rechazo de los demás hacia nosotros. El rechazo de los demás puede afectarnos, pero no significa nada si no hay un rechazo de nuestra parte hacia nosotros; en cambio, cuando nosotros nos rechazamos y los demás también lo hacen, esa coincidencia externa con la interna puede ser fatal y nos puede llevar a vivir una vida que no es nuestra.

El rechazo existe, no lo podemos negar, pero ese rechazo no siempre se da por las razones que nosotros creemos o que nuestro miedo al rechazo nos hace creer. Pues cuando tenemos miedo al rechazo, todo rechazo lo amplificamos en nuestra contra y atribuimos ese rechazo a lo que somos, a lo que no tenemos, a nuestros defectos; unimos ese rechazo con todo eso que nosotros odiamos de nosotros mismos y eso hace que nos odiemos más, que nos rechacemos más, pues creemos que el mundo nos rechaza por las mismas razones que nosotros nos rechazamos.

Cuando vivimos con miedo al rechazo, nuestro miedo nos hace creer que el mundo nos rechaza por eso mismo que nosotros rechazamos de nuestro ser, creemos que esas cosas malas que nosotros vemos en nosotros son las que otros ven y las que hacen que nos rechacen. Pero la realidad es que el mundo nos rechaza por razones distintas a las que nosotros lo hacemos, porque para rechazarnos por las mismas razones, el mundo tendría que conocernos y tomar esas cosas de la forma en que nosotros las tomamos, lo cual es muy difícil. 

El mundo no nos rechaza por las mismas razones que nosotros nos rechazamos. El rechazo de los demás no significa una desvalorización de nuestro ser, pues la aceptación de los demás tampoco significa una valoración de nuestro ser. Los demás nos rechazan o aceptan más allá del valor que tenemos, por lo que el rechazo no le resta valor a lo que somos, así como la aceptación no aumenta el valor a lo que somos. Lo que somos tiene el mismo valor, ya sea que lo rechacen o lo acepten.

No dejamos de ser nosotros porque nos rechacen, no somos más porque nos acepten. Pero nuestro miedo al rechazo nos hace medir el valor de nuestro ser a través de la aceptación de los demás, y creemos que cuanto más nos aceptan, más valor tenemos. Pero no es así. Más bien, la ausencia de valor que le damos a nuestro ser es la que nos hace buscar ese valor en otros.

Tenemos miedo al rechazo porque nos rechazamos. Nuestro miedo al rechazo nos está diciendo que nos estamos rechazando y muchas veces no nos damos cuenta, simplemente vivimos con ese miedo. Si nos aceptáramos a nosotros mismos, no tendríamos miedo al rechazo ajeno, no mediríamos nuestro valor por el rechazo o aceptación de los demás, pues nosotros valoraríamos lo que somos y sabríamos que nuestro valor no está en los demás. 

Para aceptarnos a nosotros mismos, debemos conocernos a nosotros mismos, no puede haber aceptación sin conocimiento. La aceptación es una evidencia de que nos conocemos. Si nos conocemos, nos aceptamos y nos valoramos. Solo al aceptarnos dejamos de ver el rechazo de los demás como una amenaza a lo que somos. Cuando nos aceptamos, vemos el rechazo de los demás como una manifestación de la particularidad de nuestro ser y no como una desvalorización de nuestro ser. Cuando nos aceptamos, dejamos de hacernos daño con el rechazo de los demás, y a través de eso podemos saber si nos hemos aceptado o vivimos en el autorechazo, por la forma en que tomamos el rechazo de los demás. Si nos hacemos daño con el rechazo, todavía vivimos en él.

amar sin amarnos

El amor hacia otros solo puede darse como una consecuencia del amor hacia nosotros mismos. El amor es producto de lo que somos. El amor solo es posible cuando somos, es decir, debe haber una realización y madurez en nuestro ser para que pueda darse el amor, tanto el propio como el amor hacia alguien más. Si no podemos amarnos a nosotros mismos, estamos evidenciando que hay ciertas cosas que necesitamos desarrollar en lo que somos, y esto significa que si todavía no podemos ser, tampoco podemos amar a alguien más, pues el amor no surgirá de lo que somos, como debería de ser, sino de algo que no somos, de una necesidad.  

Es posible tener relaciones sin amarnos a nosotros mismos y esas relaciones pueden tener cualidades del amor. Cualidades que hemos aprendido por contexto, relaciones, sociedad, u otras formas, y que sabemos que son cualidades del amor, pero que nuestras relaciones tengan cualidades del amor no significa que sean amor como tal. Hay muchas cosas que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida y que las enmarcamos como amor y justamente son cualidades del amor, pero es muy distinto hacer algo porque lo hemos aprendido a través de algo externo a hacer algo como producto de lo que hemos experimentado o de lo que somos.

Cuando amamos a alguien más, sin amarnos a nosotros mismos, nos vaciamos, nos perdemos a nosotros mismos. Cuando amamos a alguien más, sin amarnos a nosotros mismos, nos agota amarle. Cuando amamos a alguien más, sin amarnos a nosotros mismos, nos sentimos insuficientes, nos sometemos, dependemos, no somos libres. Esto es porque al amar sin amarnos estamos amando desde algo que no somos, desde una ausencia, desde una necesidad. Amamos para ser a través de lo que amamos y no porque somos. Nuestro amor es una forma de llenar la necesidad de nosotros mismos y no el deseo de compartirnos a nosotros mismos.

Cuando amamos, sin amarnos, no amamos en realidad, aunque nuestra relación tenga la apariencia del amor y existan cualidades del amor. Existe un vínculo, un sentimiento, una relación, pero no amor como tal, porque estamos amando como un bebé a su madre, sin valerse por sí mismo, sin ser independiente, sin un desarrollo de su ser, sin ser consciente de su amor, y eso nos lleva a darle poder a la otra persona para destruirnos. De alguna forma, cuando amamos sin amarnos, nos hacemos daño, pues le damos a la otra persona la responsabilidad de llenarnos. 

El amar, sin amarnos, hace que nos alejemos más de la posibilidad de amarnos, es una manera de evitarnos a nosotros mismos a través de lo que amamos. Y aunque la persona que amamos nos dé algo que nos beneficia, nuestra ausencia de amor es capaz de destruirlo y convertirlo en algo en nuestra contra. Es decir, cuando no nos amamos, no solamente nosotros amamos en contra de nosotros, sino que hacemos que el amor de otra persona hacia nosotros también se convierta en algo en nuestra contra. Cuando amamos sin amarnos, destruimos el amor. 

Ser nos lleva a amar, empezando por nosotros mismos y terminando por los demás. Al poder amarnos, manifestamos que somos,  y si somos, podemos amar a alguien más, y ese amor surgirá justamente de lo que somos, no será producto de lo que no somos, ni de una ausencia de ser, ni de una necesidad, sino más bien, será una especie de desbordamiento. Amaremos para compartir lo que somos. Eso hará que el amor con alguien más no nos vacíe. El amor nos vacía cuando amamos desde un vacío. 

Cuando nos amamos, no nos sentimos insuficientes al amar a alguien más, pues en nuestro amor va lo que somos y no nuestra necesidad de ser. Cuando nos amamos, somos independientes. Cuando nos amamos, somos libres. Cuando nos amamos, no nos perdemos en lo que amamos. Cuando nos amamos, no destruimos el amor, lo hacemos crecer. Cuando nos amamos, damos a otros lo que nos damos a nosotros. Nos convertimos en la medida de todas las cosas. Mientras que cuando no nos amamos, todo lo que damos está lejos de nosotros, es como si tuviésemos que ir a buscarlo para dárselo a quien amamos, y eso hace que amar se vuelva una lucha con nosotros mismos. Al amarnos, no tenemos que ir a buscar lejos para dar a quien amamos, todo está cerca, todo está en nosotros, y eso hace que amar nos lleve a amarnos.  

dependencia

Cuando lo que somos depende de otra persona, eso que somos no somos en realidad, más bien, es una evidencia de nuestra ausencia de ser, y justamente esa ausencia nos lleva a depender de otra persona para ser. Lo que somos no puede depender de alguien más. Nuestra felicidad, nuestra vida, nuestra paz, nuestro amor, nada puede depender de otros, pues si depende de otros, deja de ser nuestro, es algo prestado y lo perderemos en cualquier momento.

Todo lo que necesitamos para ser nos dice que no somos. Cuanto más necesitamos para ser, menos somos. Y es justamente esa ausencia de no ser la que nos lleva a depender de las cosas, a necesitar las cosas, para así poder ser. Cuando no somos, buscamos cosas que nos hagan sentir que somos, y al encontrarlas, aunque solo sea de apariencia, nos volvemos dependientes de ellas. Eso crea una relación entre las cosas y nosotros que no está cerca de ser amor o libertad, se vuelve una atadura; una atadura que nos ciega y nos hace creer que tenemos una relación sólida y profunda con las cosas de las que dependemos, simplemente porque existe de por medio un sentimiento y tomamos ese sentimiento como amor.

Toda relación de dependencia es una relación en nuestra contra, pues no es una relación desde la libertad ni desde nuestra verdad, es una relación desde el miedo, desde la ausencia, desde el vacío. Buscamos, a través de estas relaciones, ser algo que no somos sin ellas, pero eso que somos con ellas solo es una máscara, no es nuestra verdad, porque nuestra verdad no puede surgir de otra persona. Esto quiere decir que las relaciones de dependencia, que nos hacen creer que somos alguien, lo que en realidad hacen es evitar que seamos; nos hacen creer, aunque sin darnos cuenta, que solo con eso de lo que dependemos podemos ser lo que somos y eso nos somete a las cosas de las que dependemos, pues creemos que si las dejamos, dejamos de ser, perdemos nuestra vida, nuestra felicidad, nuestro amor, y entonces empezamos a hacer cosas para no perderlas, empezamos a vivir para ellas.

Puede parecer que las cosas nos vuelven dependientes a ellas, que es la relación que tenemos con ellas la que nos ha hecho ver que no podemos ser sin ellas, pero no es así. Nuestra dependencia no proviene de las cosas de las que dependemos, más bien, nosotros llevamos nuestra dependencia a las cosas y nos relacionamos con ellas de esa manera. Esto significa que el lazo que nos ata a las cosas no está en las cosas, está en nosotros y es por esa misma razón que nos cuesta dejar de ser dependientes, pues al intentar dejar de serlo, lo que hacemos es atacar las cosas de las que dependemos y no el lazo interno que nos ata a esas cosas. Intentamos desprendernos externamente de algo que es interno. Intentamos destruir las cosas de las que dependemos y no nuestras ataduras, nuestras creencias, nuestros comportamientos, nuestros vacíos.

No son las cosas las que nos vuelven dependientes, nuestra dependencia existe sin el objeto del cual dependemos, simplemente nosotros le entregamos nuestra dependencia a ese objeto. Nuestra dependencia existe antes de las cosas, esto significa que la superación de las cosas de las que dependemos no está en las cosas, en lo que hagamos con ellas, está en nosotros, en lo que hacemos con nosotros. Nuestra dependencia existe antes que las cosas de las que nos volvemos dependientes, porque el vacío existe antes que ellas, al igual que el miedo, la ausencia, el no ser; ya que es esto lo que nos lleva a ser dependientes.

A medida que somos nosotros mismos, dejamos de ser dependientes, pues somos desde nuestra verdad y libertad, y desde esa verdad y libertad nos relacionamos con lo que nos rodea. Cuando somos nosotros mismos, no nos relacionamos para ser, nos relacionamos porque somos. Nuestras relaciones son una forma de compartir lo que somos y no una necesidad de llenar nuestros vacíos.  No buscamos relaciones que nos hagan creer que somos, pues ya somos y lo sabemos. En la medida en que somos, dejamos de depender. 

Nuestra felicidad, nuestra vida, nuestro valor, nuestro amor, nuestra paz, lo que somos; nada puede depender de las relaciones que tengamos, de las otras personas. Nosotros somos con o sin ellas, pero solo lo sabremos cuando seamos nosotros mismos. Solo al ser sin las cosas, podemos tener la certeza de que somos nosotros, mientras somos con ellas, aunque creamos ser, no somos. Y si al quedarnos sin las cosas sentimos no ser, significa que nos falta mucho por ser.

inseguridad

Fuera de nosotros mismos estamos en tierras desconocidas y estar en tierras desconocidas nos lleva a sentirnos inseguros. Esto es real incluso cuando viajamos a lugares en los que nunca hemos estado, la seguridad que sentimos no es la misma que sentimos estando en lugares que ya hemos estado o ya conocemos. Pero viéndolo desde el punto de vista de lo que somos, estar fuera de nosotros mismos nos hace sentir inseguros, nuestra inseguridad nos dice que estamos fuera de nosotros mismos.

En nuestra verdad está la seguridad, eso también significa que en la mentira está la inseguridad.  Cuando somos algo que no somos, somos una mentira y en la mentira no podemos ser libres, no podemos vivir sin miedo. Ser una mentira es ser miedo, es estar lleno de inseguridad. Al ser algo que no somos, tenemos que andar pendientes de eso que no somos, de nuestra máscara, tanto que nos olvidamos de nosotros, todo se lo damos a nuestra mentira. Nos consume nuestra mentira. 

Cuando no somos nosotros mismos, estamos en un lugar desconocido, estamos en la mentira, y estar en ese lugar lejano a nuestra verdad, a lo conocido, nos hace sentir inseguros, pues actuamos de acuerdo a esa mentira, y lo que tenemos que ser y hacer en la mentira, no es algo que sea producto de nuestra voluntad, no surge de nuestra libertad ni mucho menos de nuestra esencia, es algo obligado, es algo que no queremos hacer ni ser y por esa misma razón nos sentimos inseguros; ya que eso que obligadamente tenemos que ser, no podemos serlo por completo, sentimos que nos falta todo para lograr serlo. No podemos ser una mentira, porque siempre le quedaremos debiendo a esa mentira, no somos suficientes para ser una mentira y por eso nos sentimos inseguros. 

Al ser algo que no somos, lo que somos lucha contra eso que no somos. Esto lo podemos ver claramente cuando tenemos el conflicto de hacer algo que no queremos, pero sabemos que tenemos que hacerlo para poder mantener eso que no somos, ese conflicto que surge en nosotros es nuestra verdad peleando contra la mentira que intentamos ser. Es nuestro verdadero ser tratando de impedir lo que no somos, y esto lo sufrimos, este conflicto se convierte en inseguridad.

En nuestra verdad está la seguridad, pues al estar en nuestra verdad, estamos en un lugar conocido, en un lugar cercano, y esto sucede porque estar en nuestra verdad implica conocimiento sobre nosotros mismos. No podemos excluir el conocimiento sobre nosotros mismos de nuestra verdad, así como no podemos separar la ignorancia sobre nosotros mismos de la mentira de ser alguien que no somos. 

Cuando somos nosotros mismos, no tenemos que cuidar de que no se caiga eso que somos, pues la verdad se sostiene por sí misma, mientras que la mentira no puede sostenerse por sí misma y tenemos que cuidarla y hacer muchas cosas para sostenerla. Esto significa que al ser nosotros mismos, nos quitamos un peso, nos liberamos. Al ser nosotros mismos, dejamos de vivir para una mentira, por lo que nos deshacemos del miedo, de nuestra inseguridad. A diferencia de lo que no somos, para lo que realmente somos, para nuestra verdad, no podemos ser insuficientes, porque en nuestra verdad sabemos lo que somos. Somos suficientes para nuestra verdad y por eso hay seguridad en nuestra verdad.

Fuera de nosotros mismos no hay verdad; y si no hay verdad, no hay libertad; y si no hay libertad, no hay seguridad. Es en nuestra verdad que nos deshacemos de la inseguridad. No importa todo lo que intentemos ser, si no somos nosotros mismos, siempre nos sentiremos inseguros. La inseguridad nos dice en dónde estamos, la inseguridad nos dice que estamos lejos de nuestra verdad y nos dice que debemos ir a nuestra verdad. 

¿por qué creemos lo que creemos?

No todo lo que creemos lo creemos voluntariamente o por construcción personal, muchas cosas de las que creemos nos han sido impuestas, otras las hemos adoptado inconscientemente, por contexto, relaciones, experiencias, por ignorancia y hasta por moda. Estas creencia son, en cierta medida, ajenas a nosotros, y regimos nuestra vida a través de ellas, lo cual nos conduce a una vida ajena a nosotros.

Nuestras creencias configuran nuestra vida. Vivimos de acuerdo a lo que creemos. Lo que creemos nos dice cómo actuar, cómo caminar, cómo ser. Y no hay nada de malo en ello, pero cuando no somos conscientes de nuestras creencias, de que son ellas las que nos rigen y nos hacen comportarnos de determinada manera, cuando ignoramos de dónde provienen esas creencias y cuando son creencias impuestas, se vuelven en nuestra contra y, por tanto, nuestro comportamiento es en contra de nosotros.

Las creencias impuestas tienden a hacernos vivir de una forma que no es nuestra, nos hacen vivir una vida ajena a nosotros. Nos suelen hacer daño y nos hacen sentir incómodos con nosotros mismos. Las creencias impuestas nos hacen vivir en una prisión. No es nuestra voluntad conduciendo nuestra vida, sino la imposición. Y no es que la creencia como tal sea mala, puede ser una buena creencia, aunque eso de bueno y malo en las creencias puede ser un tanto difícil de definir, pero como esa creencia no ha surgido de una construcción personal, sino de una imposición, se vuelve en nuestra contra. Es decir, lo que vuelve buena o mala una creencia es, en cierta forma, el hecho de si esa creencia es producto nuestro o es ajena.

La forma en que surge una creencia es tan importante como la creencia misma. Muchas de nuestras creencias han surgido de nuestras heridas, de nuestras circunstancias, de nuestras relaciones, de nuestra familia. Muchas de nuestras creencias son ajenas a nosotros y no somos conscientes de eso, simplemente vivimos con la incomodidad que las creencias ajenas nos provocan.

La forma en que vivimos, nos comportamos y actuamos, nos puede dar señales de dónde provienen nuestras creencias, nos puede indicar que una creencia no es propia. Cuando vivimos haciéndonos daño, cuando nos sentimos culpables por lo que hacemos, cuando nos vivimos arrepintiendo por todo; cuando hacemos algo y nos martiriza el pensamiento y el sentimiento de si debemos hacerlo o no, incluso después de hacerlo; cuando no somos libres en lo que hacemos y somos. Siempre que hacemos algo que no es producto de una creencia propia, sentimos culpa, sentimos que cometimos un error, nos condenamos, incluso cuando esas cosas que hacemos puedan ser buenas, pero es justamente porque no nace de nuestra voluntad, de nuestra verdad, sino de una imposición, de algo ajeno a nosotros.

Vivir desde creencias que no son propias es quitarnos la libertad de ser nosotros mismos. Debemos examinar nuestras creencias a través de lo que estamos siendo y de nuestras acciones. Solo al vivir desde nuestras creencias seremos libres, libres en un sentido de voluntad y elección, pues tener una creencia, aunque sea propia, es delimitar nuestra vida. Vivir desde nuestras creencias tampoco significa que las creencias propias nadie más las tenga, muchos pueden creer lo mismo que nosotros y nosotros creer lo de muchos, el punto es ser conscientes de esas creencias y llevarlas bajo nuestra voluntad, no desde nuestro miedo, no desde nuestra esclavitud.

Cuanto mejor nos conocemos a nosotros mismos, más conscientes somos de nuestras creencias y eso mismo hace que nos despojemos de creencias que no son nuestras. Entonces vivimos desde nuestras creencias, desde creencias surgidas del conocimiento sobre nosotros mismos y no desde la ignorancia sobre nosotros mismos. Al vivir desde creencias propias, viviremos con mayor libertad.    

huir de ti no te salva de ti

A menudo, cuando tenemos un conflicto interno, lo que hacemos es huir, y no solo de ese conflicto, sino de nosotros mismos. Huimos de ese conflicto a través de huir de nosotros mismos, pero al huir, no es que nos deshagamos de ese conflicto o que en realidad huyamos; tampoco nos deshacemos de nosotros mismos. Pues no podemos separarnos de nosotros mismos, lo que hacemos al huir es evadirnos momentáneamente, pero evadir no elimina lo que evadimos, muchas veces, evadir hace crecer lo que evadimos. 

Huir no es huir cuando es de nosotros mismos de quien huimos. Más bien, cuando huimos de nosotros mismos, lo que hacemos es someternos a esas cosas de las cuales huimos. Le damos poder a esas cosas. Pues no tenemos el valor para enfrentarlas y lo que hacemos al huir es dictado por nuestro miedo a las cosas de las que huimos y no por el poder que tenemos sobre nosotros mismos. Ese miedo que nos hace huir, por lo general, nos lleva  a hacer cosas que nos dañan, porque no son cosas que por voluntad y libertad buscamos, no son cosas que buscamos desde nuestra verdad, son cosas que buscamos para evadir otras cosas, para evadirnos a nosotros.

No es el poder sobre nosotros mismos el que nos lleva a huir de nosotros, más bien, es la ausencia de poder sobre nosotros mismos. Es el miedo el que nos hace huir, pues si fuese el poder sobre nosotros, no huiríamos, enfrentaríamos las cosas. Es el miedo el que nos hace huir y es un miedo producto de la ignorancia sobre nosotros mismos, un miedo que es producto de no ser lo que somos, de estar lejos de nuestra verdad.

Al huir de nosotros mismos, nos sometemos a nosotros mismos, o más bien, nos sometemos a lo que no somos, nos sometemos a lo que el miedo nos hace ser. Vamos a destruirnos a los lugares que vamos cuando huimos de nosotros mismos, pues no somos nosotros los que vamos, es nuestro miedo el que nos lleva. 

Cuanto más huimos de nosotros, más víctimas somos de nosotros, más daño nos hacemos. No podemos huir de lo que llevamos dentro. Huir solo hace crecer esa monstruosidad de la que huimos, no la destruye. Y cada vez que huimos, le damos más poder a las cosas de las que huimos, por lo que vivir con nosotros se vuelve peor. No nos soportamos.

Huir de nosotros mismos no nos salva de nosotros mismos. Huir es perdernos. La única manera de salvarnos de nosotros es enfrentándonos a nosotros. Pues al enfrentarnos a nosotros mismos, tenemos poder sobre nosotros, no somos víctimas de nosotros. Enfrentarnos a nosotros mismos es hacernos responsables de nosotros, huir es hacer responsables a las cosas de nosotros.

Huir de nosotros mismos nos hace sentir inferiores, pues pensamos que las cosas que nos suceden son superiores a nosotros. Huir de nosotros mismos nos hace sentir culpa, pues no nos estamos haciendo responsables de nosotros, nos estamos evadiendo. Huir de nosotros mismos nos hace sentir débiles, pues le damos el poder a las cosas de las que huimos. Huir de nosotros mismos nos hace sentir inseguros, pues no huimos desde una certeza o confianza, sino desde un miedo.

Permanecer en nosotros mismos, aunque queramos huir, es vencer sobre nosotros mismos. Enfrentarnos a nuestro ser y a las cosas de las que queremos huir, independientemente del dolor que pueda implicar eso, nos lleva a fortalecer nuestra verdad y nuestro poder sobre nosotros mismos. Enfrentarnos a nosotros mismos nos vuelve fuertes, nos vuelve responsables de nosotros. Pero no podemos enfrentarnos a nosotros y permanecer en nosotros, sin conocer nuestro ser. El conocimiento sobre nosotros nos hace enfrentarnos, nos da esa seguridad, ese valor; pues nos enfrentamos a nosotros mismos desde nuestra verdad y justamente el no huir hace que nos conozcamos más.

elegirse a uno mismo

Nos pasamos la vida eligiendo a otros, eligiendo lo de otros. Nos pasamos la vida dando el primer lugar a otras personas, dejándonos para después, para un después que nunca llegará, pues nosotros no estamos dispuestos a dárnoslo. Nos pasamos la vida viviendo para otros, ignorando nuestra vida, ignorando lo que somos. Nos pasamos la vida dejándonos en último lugar y eso dice todo, no sobre lo que somos, sino sobre lo que pensamos de nosotros mismos.

Las personas que amamos tienen un lugar en nosotros, pero el lugar que tienen las personas que amamos nunca puede ser mayor al lugar que nosotros debemos tener en nuestra vida. Todas las personas que amamos deben ocupar un lugar después de nosotros, no antes. Nosotros somos nuestra prioridad. No es que seamos más que las personas que amamos, pero no podemos permitir que las personas que amamos tengan más importancia en nuestra vida que nosotros mismos.

Cuando cedemos el lugar más importante en nuestra vida a otras personas, aunque parezca bueno y parezca que lo hacemos por amor, lo que en realidad estamos haciendo es dejando de vivir nuestra vida y dedicándonos a vivir la vida de otros. Esto nos puede conducir a odiarnos y a destruirnos. Ceder nuestro lugar a otros no es amarles, es dejarnos de amar. Al dar a otros nuestro lugar, toda nuestra vida, todo lo que hacemos, todo lo que somos, pensamos y sentimos, gira en torno a las personas a las que les damos ese lugar.

Cuando son otros los que ocupan nuestro lugar, nosotros estamos después, nosotros estamos de último. Todo se trata siempre de lo que otros quieren, de lo que otros son, no de nosotros. Elegimos la vida de las personas a las que les dimos nuestro lugar. Cualquier cosa que ellos quieran es importante para nosotros y no nos importa sacrificarnos, no nos importa si esas cosas no son las que queremos hacer, no nos gustan o nos dañan; las hacemos siempre. Y aunque nos sentimos mal por esa elección, por hacer lo que otros quieren, no dejamos de hacerlo, pues creemos que al dejar de hacerlo, les estamos fallando, les estamos dejando de amar, y nunca consideramos el hecho de que en realidad nos estamos fallando a nosotros, de que nos dejamos de amar a nosotros.

Al elegir a otros por encima de nosotros, aunque parezca que es por amor, no es amor, pues el amor no puede darse en la ausencia de ser, y al elegir otros, estamos dejando de ser, estamos viviendo la vida de otros, por lo que es imposible que esa elección hacia otros sea por amor. Más bien, esa elección impide el amor y da lugar a obsesiones, a ataduras, a miedos.

Dejar de elegir a otros no es quitarles importancia en nuestra vida, es darnos la importancia que nosotros debemos tener en nuestra vida. Y no es algo en contra de las personas que amamos.  A nadie le fallamos al elegirnos a nosotros mismos, pero nos fallamos a nosotros mismos al elegir a otros. Y al fallarnos a nosotros mismos, no hay manera de que se puedan sostener nuestras relaciones. Nadie es menos en nuestra vida por elegirnos a nosotros, más bien, al elegirnos a nosotros podemos dar a las personas que amamos el lugar que merecen, de una forma libre y sana.

El concepto que tenemos sobre nosotros mismos es el que nos lleva a elegir a otros por encima de nosotros. Cuanto peor es el concepto que tenemos de nosotros, menos importancia tenemos nosotros en nuestra vida y más importancia tienen los demás, pero no es una importancia sana, sino enfermiza, pues no nace de nuestra verdad, sino de nuestros miedos. Cuanto menos importancia tenemos nosotros en nuestra vida, vivimos para otros, ponemos la vida de los demás por encima de la nuestra. 

Si tenemos un mejor concepto de nosotros mismos, tendremos una mayor importancia en nuestra vida, y no es que los demás tengan menos importancia, más bien, tendrán la importancia que deben tener, una importancia sana, producto de lo que realmente somos. Esto hará que elijamos nuestra vida, lo que somos. Pero no podemos tener un mejor concepto de nosotros sin conocernos a nosotros mismos. El conocimiento sobre nosotros mismos nos da ese mejor concepto sobre nosotros, lo cual nos lleva a darnos la importancia que necesitamos y a elegirnos por esa importancia, a elegir lo que somos, nuestra vida. Dejamos de vivir para otros y empezamos a vivir para nosotros. 

Al elegirnos a nosotros desde nuestra verdad, estamos protegiendo lo que somos, estamos salvando lo que somos. Y no nos sentimos culpables por elegirnos, nos sentimos en paz, nos sentimos libres, nos sentimos amados, nos sentimos valorados, sentimos que no nos fallamos. Solo cuando nos elegimos desde algo que no somos, sentimos culpa, sentimos que hicimos algo mal en elegirnos, sentimos que le fallamos a los demás. También nos sentimos culpables y sentimos que fallamos cuando elegimos a los demás por encima de nosotros, y eso expresa que esa elección es ajena a nosotros. 

Elegirnos a nosotros mismos es una manifestación de lo que somos para nosotros. Solo al conocernos y ser nosotros mismos, podemos elegirnos, pues nos elegimos desde lo que realmente somos. Elegirnos a nosotros mismos no es una opción, es una necesidad, es una forma de salvarnos. Y es probable que, en algún momento, elegirnos a nosotros mismos sea doloroso, porque tal vez nos lleve a romper un vínculo, pero elegirnos a nosotros mismos es lo que hace que no nos vayamos de nosotros.